Homenaje a nuestros mayores

3 de julio del 2013 Por PRIMITIVO CARBAJO
   

Me convocaron al rebeque, nadie sabía lo que era, tampoco viene en los diccionarios. ¡El rebeque!, decían ellas, y basta que lo dijeran, para echarme al ferragosto de Zamora con el único capricho de un panamá en la mochila, por seguir sus cantos de sirena sin derretirme. Lo conseguí de milagro, en realidad no lo conseguí: me pudo la pandereta.

Miradlas bien / mirad, ahí van…: mujeres de mi tierra, recias como encinas, con alegría de guindas y cerezas. Como grupo, aun haciendo piña, ni ellas quisieron darle nombre. Este año les rindió homenaje la XXI Muestra de Folklore en la Plaza de la Constitución de Zamora, ante un millar de espectadores. Ya participaron como artistas de la segunda edición del certamen, en 1985. Ahora solo una de ellas, Tránsito Baz, pudo subir al escenario y cuando iba a cantar para dar las gracias, dijo antes tres palabras que sonaron como un disparo:

–¡Va por ti, Gonzalo!

Y se arrancó con Molinero, molinerito. Ahí empezó mi gente a llorar.

En Villaseco del Pan, con ese topónimo andrógino que bien podría ensalzarse en la actual guerra de género, las mujeres son las dueñas de la pandereta y los hombres aún suben al campanario para mostrar su destreza con los badajos. Todos los domingos del año y fiestas de guardar, más otros eventos puntuales, incluyen en el programa serenata matinal de campanas y, por la tarde, incluían baile en la plaza con pandereta. Cuando llegó al pueblo el primer manubrio, un año de posguerra, la pandereta fue relegada a un papel residual, casi como ahora, para un día de Carnavales, y así se iba llevando el aire la densidad de su memoria.

Es tierra dura con pocos matices, agricultura de secano, pastoreo, encinas majestuosas en las dehesas y en algunas islas de mancomún, el Duero enfila ahí la belleza agreste de las Arribes, la otra orilla es Sayago y todo, o casi, metido en la misma bolsa de un aislamiento y atraso pertinaces que, precisamente por ello, ha preservado perlas etnográficas para pasto frecuente de los estudiosos. Ahora renquean la telefonía y la internet. A mediados del siglo pasado paró en la comarca José María Arguedas, peruano insigne, becado por la ONU para estudiar las analogías de la organización socioeconómica sayaguesa con la de los incas en los Andes precolombinos. Hace menos, un rato como quien dice, Suso de Toro buscó en las mismas tierras el rastro de un abuelo suyo, hospiciano y que también quiso hacer las Américas, y escribió Siete Palabras, un libro también memorable por el paisaje humano de esas tierras y con la intriga del mejor Nuevo Periodismo. Villaseco pertenece a la colindante Tierra del Pan, separada de Sayago por el río.

¡Al rebeque! nos había llamado el programa del Consorcio de Fomento Musical de Zamora, y Tránsito tuvo que explicarlo en el escenario. El rebeque era un dictado de la panderetera al final de algunas piezas, solo de alguna que otra, las que ella considerara a la vista del patio que bailaba. Batía durante unos segundos los crótalos de la pandereta como sonajero y así marcaba un tempo e indulgencia para que los bailadores acercaran sus mejillas, buscaran el beso en la obra boca…

Los más intrépidos aprovechaban para restregar los cuerpos enteros, o alargar la mano a exploraciones y pellizcos que se respondían con tortas y carrerillas y risas de la concurrencia, puede imaginarse… ¡Al rebeque! nos llamaban en Zamora, pero Tránsito era la que pespunteaba el almirez, no la panderetera, quiso dejarlo claro cuando le pusieron una en las manos: las suyas no son las de Manuela.

La última panderetera de Villaseco fue Manuela Moreira, que no ha encontrado sucesora, al menos de su grandeza. Uno de sus hijos parece que sí, que heredó su oído, y triunfa en los campanarios. Tiene la casa llena de trofeos ganados en esa causa y nadie en Villaseco, pese a las habilidades de tantos, confunde las fluctuaciones de su genuino repicar, desde los murmullos a los arrebatos que arranca a los bronces. Su madre fue la última estrella de la pandereta y las tres cantaban, Tránsito, Manuela y Emilia Rodríguez, la voz siempre precisa que les daba el tono y arranque, todo se hubiera perdido sin ellas.

Arrinconada por el primer manubrio, y sucesivamente por los discos y las orquestas para las verbenas, la pandereta se abrió de nuevo paso en los años 80, cuando el PSOE quiso hacer inventario de país. Esas tres mujeres, Manuela, Tránsito y Emilia, nacidas en los años 20 del XX las tres, destaparon la canción del pueblo, toda ella a toque de pandereta: romances, coplas de ciego, los cantares de boda, de ronda, de siega, villancicos, las fiestas de la religión y, para el baile, las jotas, corridos, los agarrados, los charros… Una mina para los rastreadores de la etnografía, y a todos atendieron ellas, alegres y generosas.

Entonces cantaban y bailaban para ellos en las pracicasas, que así se llaman, una suerte de recibidor que incorporaban las viviendas de Villaseco seguramente desde los suevos, según nos ilustró un día el urbanista coruñés Juan Luis Dalda, el amigo Cali, abrazando una esquina oblonga del pueblo. Nunca hacía esquina en la calle el granito de las casas de Villaseco, las redondeaban. Después vino el ladrillo y los ladrillazos, pero no voy a desviarme. Las manos de Manuela Moreira obraban prodigios con la pandereta y las tres cantaban llevadas por el tono de Emilia, que ya no tiene cuerpo para subirse a ningún escenario. Entonces, instigadas por los cazatesoros etnográficos, se buscaron antiguas parejas de baile, se enfundaron con gracia en los trajes charros de la tradición y anduvieron una década, igual de alegres y generosas, haciendo bolos esporádicos, allá donde las llamaran: allá donde las llamaran para cantar a su pueblo, aunque sus aires también se escuchen al otro lado de Gibraltar como en Ortigueira, el mismo timbre y la pandereta. Hasta que un cáncer fulgurante mató a Manuela y el grupo se quedó en nada sin su pandereta: nadie podría sustituirla, nadie había con su grandeza.

Pero ya estaba recogida la cosecha, grabada, catalogada, nutriendo los repertorios de otros grupos de música étnica y el acerbo de Castilla y León. Por eso el homenaje que les rendían, por su contribución a la fijación del folklore zamorano como otras encinas del paisaje. Conocieron la guerra, el nacionalcatolicismo aherrojó su juventud, parieron, lucharon como leonas por zafar de aquella interminable miseria a la prole y, al cabo, a todos los vieron marchar…, eso y la tierra las hizo recias. Pero conservaron resquicios de humor fresco y la memoria de la canción porque, parodiando al poeta errante, también ellas sabían la dificultad de recoger el trigo y alimentar el fuego / si yo me llevo la canción… No era exactamente lo que estaba pensando Tránsito arriba en el escenario, cuando le pusieron en las manos una pandereta y la empujaron a cantar, sin Emilia para darle el tono, sin Manuela… Fue entonces cuando disparó:

–¡Va por tí, Gonzalo!

Gonzalo Pérez, su marido, fue el último molinero de la Tierra del Pan, lo arrolló en 2004 un conductor que iba follao. Ya se había jubilado, pero no podía vivir sin meterse en harina ni su parroquia, de toda la comarca, sin el servicio. Durante décadas, hizo de su molino el centro neurálgico del pueblo, le gustaba la hebra de la gente y la provocaba, tiraba de ella. Por allí pasaba todo el mundo, desde la Guardia Civil para enterarse hasta Emilio Botín, un día, para admirar y distinguir el tacto de las harinas. El molino es hoy una reliquia. Pero, bajo mando de Gonzalo, que ya venía de familia molinera, las piedras encontraban el punto exacto de rozadura que pedía cada grano y nada que ver su tacto en harina, se ufanaba él cargado de razón, con la que producen, por trituración a martillazos, las fábricas, fuera molienda de centeno o de trigo candeal, que también se extinguió. Fue un molinero muy conocido y popular, fue un buen hombre, fue un último mohicano de la Tierra del Pan, que sigue sin molino desde entonces.

Harina de trigo candeal, pan dulzón y de miga apelmazada que ya nadie trabaja. Ahí buscó Tránsito las fuerzas. Cantó el primer verso de Molinero molinerito con voz quebrada por la emoción, pero solo el primer verso. Tres parejas de un grupo postinero, Don Sancho, que actuaban a continuación, se subieron al escenario para bailarle el ramillete de piezas que interpretó sola, con la pandereta. Mucha gente lloraba, ella no. Animosa, quiso acabar llamando ¡al rebeque!: los bailadores lo rieron para ella, pero se quedaron parados. No hubo nadie que quisiera aprovechar aquel último rebeque.

 
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